Es evidente que el turismo se ha consolidado como la principal actividad económica de nuestra ciudad. La recuperación de su centralidad urbana y territorial con respecto al importante asentamiento turístico de la Costa del Sol, y las ofertas complementarias de su provincia, la han convertido en la referencia obligada no sólo de nuestro país sino también de todo el Arco del Mediterráneo . Así mismo, deberíamos reconocer que aquel turismo masivo que de manera espontánea se iniciaba en los años sesenta del pasado siglo, basado casi exclusivamente en su oferta de sol y playa, nada tiene que ver con la actual oferta turística de la ciudad que está más sustentada en su cualificación urbana y cultural debido a una serie de importantes infraestructuras de comunicaciones (nuevas autovías, aeropuerto, ferrocarril, puerto) y una excepcional oferta cultural y museística que estratégicamente sitúa a Málaga en la principal referencia de esa nueva oferta turística, lo cual le permite dar ese salto cualitativo para poder transformar aquella situación del turismo masivo a la actual del turismo de calidad.
Reconocer los importantes esfuerzos realizados para conseguir estos diferenciados objetivos capaces de superar la fuerte competencia del turismo nacional e internacional, sería básico y fundamental para justificar y entender como precisamente desde estas operaciones de renovación urbana y de grandes equipamientos culturales se ha producido un punto de inflexión en cuanto a la entrada de nuevas inversiones que pueden dinamizar no solo la cualificación de la oferta turística en la ciudad sino también las importantes expectativas que ello está generando en la modernización de la misma y que de otra manera hubiera sido impensable se pudieran haber producido, lo cual habría condenado al sector turístico a una inevitable decadencia como se puede observar en otras ciudades que no han sabido ni podido superar aquel turismo masivo de los años sesenta.
El Puerto, protagonista turístico
Valga esta reflexión para reconocerle al Puerto, con su importante renovación estratégica de sus espacios colindantes con la ciudad, el protagonismo que ha tenido y tendrá en el futuro desarrollo de este nuevo modelo turístico, una vez realizadas en las obras de ampliación que necesitaba para desarrollar su función portuaria. En este sentido, habría que reconocer el acierto de sus actuaciones en el Muelle 1 y 2 con la importante actividad urbana y turística que han generado, o la nueva Estación Marítima de Cruceros cuya presencia en la ciudad está teniendo una importante repercusión, o las aún pendientes del Muelle Heredia, Dársena de Mega Yates y Club Náutico, Plataforma de San Andrés, y otras aún pendiente de desarrollo. Es precisamente dentro de este contexto urbano desde donde se debería valorar la idoneidad de un equipamiento hotelero, cuyas condiciones singulares de excepcionalidad turística pudieran también potenciar y cualificar los objetivos que se pretenden no sólo en el Puerto sino también en la ciudad.
En base a todo ello, la operación del Hotel de la Torre del Puerto se enmarca no sólo en unas previsiones ya contempladas en su ordenación urbanística con unas determinadas condiciones, sino que también podrían referenciarse a operaciones similares en otros puertos españoles con objetivos similares al de Málaga. Hablar de especulación urbanística cuando el suelo nunca dejará de perder su carácter público retornando al final de la concesión dicha inversión a la propia Autoridad Portuaria, en contra de las operaciones de suelo privado que si requieren calificaciones urbanísticas con posibilidad posterior de venta especulativa; o poner en duda un proceso administrativo en donde el control de las tres administraciones Local, Autonómica y Estatal tienen que decidir en base a un concurso previo de la Autoridad Portuaria, rebasando el rigor y minucioso control de cualquier otro acto administrativo similar; o de la innecesaridad de hoteles de alta gama cuando la ciudad tiene un grave déficit de hoteles cinco estrellas; o de solicitar como alternativas usos culturales como auditorios o palacios de la música, cuando aun reconociendo su interés hemos visto como el intento en la Plataforma de San Andrés se frustró por la falta de recursos públicos para realizarlos; o de revindicar un espacio público en este lugar sin condiciones físicas para ello, desaprovechando una oportunidad de importante inversión privada que puede dinamizar y cualificar el turismo de la ciudad ubicando un uso hotelero en este nuevo suelo portuario ganado al mar y con difíciles condiciones de uso colectivo por sus altos diques perimetrales de defensa a la acción marítima; o intentar magnificar el impacto ambiental y paisajístico del hotel situado sobre unos suelos incorporados al recinto portuario y suficientemente alejados de la ciudad que exigen unas escalas adecuadas a su entorno, cuando este análisis requiere diferenciar el concepto cultural y estético del «paisaje» de los conceptos más científicos del medioambiente.
Y si debido a esta nueva situación turística la ciudad de Málaga se ha convertido en la segunda ciudad media más atractiva de Europa (según informe de la CBRE), o en la única ciudad española entre las diez europeas de mayor calidad de vida (Eurobarómetro de la Comisión Europea), o la segunda ciudad española en el presente año con un mayor aumento de cruceros del 21% con 200.000 pasajeros, o con un histórico anual de 18 millones de pasajeros en el Aeropuerto, o con un incremento de su población en 110.000 habitantes en sus próximos 15 años (según INE), porque entonces no reconocer las bondades de esta transformación sustancial de la ciudad motivada precisamente por este proceso turístico tan excepcional y que, aun sopesando los muchos problemas y asignaturas pendientes que tiene sin resolver, admitamos que esta generación de recursos económicos es una buena oportunidad para poder mejorar también su necesaria balanza social. Y es precisamente en este contexto en donde se enmarca la operación de hotel de la Torre del Puerto, que desde luego no es producto de una casualidad impremeditada sino una causalidad exclusivamente motivada por el dulce momento histórico que vive la ciudad.