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(por Julián Muñoz Ortega, economista y socio de SEO Bird Life)

A veces los artículos tienen orígenes insospechados. Este que me ocupa aquí comenzó a dibujarse el día en que un buen amigo me contó que una compañera se opone a la construcción del hotel del rompeolas del puerto de Málaga porque a ella «no le gusta». Curioso argumento. A mí tampoco me gusta el jazz, el ‘taichi’ o las manzanas de caramelo, y no por ello voy exigiendo su prohibición, o intentando que la Administración dificulte la actividad de aquellos que quieren promover un negocio legal en torno a dichas actividades.

Es cierto que el impacto visual, su carácter permanente y el uso de suelo público obligan a un debate político y ciudadano sobre el proyecto, y muy especialmente sobre su calidad arquitectónica; sin embargo, no tiene ningún sentido rechazarlo por una simple cuestión de gusto o por falsas, como ahora veremos, razones ambientales o culturales.

Sobre este último aspecto, creo que la parcela está lo suficientemente alejada del centro histórico como para no interferir con ninguno de sus monumentos. Por el contrario, en una Málaga llena de ‘pegotes’, permítanme la expresión, el edificio tendría la posibilidad de dialogar desde el punto de vista estético con la estación de cruceros y con la lámina de agua de la bahía, generando un foco de atención que aleje la mirada del espectador de la poco atractiva zona industrial del puerto.

Los edificios icónicos situados junto al mar, aislados, que cortan el horizonte, transmiten una sensación de fuerza y a la vez de serenidad que lleva siendo utilizada por el hombre desde antiguo. En la imaginación de muchos están los desaparecidos Faro de Alejandría y el Coloso de Rodas, maravillas de la antigüedad, que rescató la arquitectura contemporánea en actuaciones de indudable belleza, como la Ópera de Sidney, la espectacular Turning Torso de Malmö o el hotel Burg Al Arab en Dubái, entre otros.

Transformación urbana

Estas atalayas son ejemplos de transformación urbana y paisajística que han impreso carácter en las ciudades que se han atrevido a autorizarlas, generando un elemento que ha mejorado el paisaje, e indudablemente atraído turismo y actividad económica de calidad, que debería ser uno de nuestros próximos objetivos.

Decir ahora, como defienden algunos, que el hotel taparía la vista de la Farola me parece un argumento muy poco consistente. Cualquier persona puede comprobar, lo puede hacer incluso en la misma Farola, que un edificio aislado sólo tapa una parte de la visión si te colocas frente a él, y en un radio de hasta 100 ó 150 metros de distancia. Estas apreciaciones dependen del tamaño del edificio, pero en las infografías preparadas por los promotores es muy evidente que el edificio taparía muy poco espacio del paisaje. La bahía y la ciudad son amplias y alargadas, y se necesitaría una acumulación de bloques como la de La Malagueta para ocultarlas.

Se ha hablado también de la oposición a la torre por cuestiones medioambientales, con mucho sesgo y ocultando información al público. Me parece casi una obviedad decir que un rascacielos ocupa mucho menos espacio del que la misma superficie construida ocuparía en estructuras de menor altura. En un mundo donde muchas especies salvajes reducen sus poblaciones por la falta de hábitats, un rascacielos es capaz de albergar cientos de habitaciones o de viviendas en una sola manzana. El terreno no ocupado permite reservar suelos para la actividad agrícola o para bosques, parques o espacios naturales.

Aunque no conozco en detalle el proyecto, la construcción de nuevos rascacielos se realiza con altos estándares de calidad en la gestión de residuos, consumo de energía o uso de materiales reciclables; básicamente también porque estos estándares generan retornos al constructor y permitirán al promotor colocar su producto más fácilmente en el mercado de los hoteles de vanguardia.

Desde el punto de vista de la sostenibilidad urbana, la construcción de un gran hotel vertical en nuestra ciudad tendría alguna ventaja adicional, como reducir la demanda de edificios en el centro para uso hotelero, amortiguando el crecimiento de los precios del alquiler en el Centro, y -con una adecuada planificación- fomentar el uso del transporte público en el eje La Malagueta-Alameda-avenida de Andalucía.

Lo importante a mi juicio es que la autorización prevea estas circunstancias con rigor técnico, requiriendo que los promotores construyan un edificio energéticamente eficiente y que las obras de urbanización favorezcan el uso del transporte público. Sería deseable también que el proyecto tenga en cuenta las decenas de miles de aves que utilizan nuestra bahía en sus migraciones o en la época de invernada, adoptando medidas de diseño para evitar el impacto de los pájaros sobre las superficies acristaladas.

La reducción de la huella de carbono del proyecto podría conseguirse por la vía de que la sociedad propietaria acuerde con los gestores de Montes de Málaga o del área de Parques y Jardines de la capital la plantación de una cantidad suficiente de árboles. En definitiva, la biodiversidad y la reducción de las emisiones de CO2 se defienden mucho mejor construyendo en vertical que en horizontal.

Me resulta difícil de entender que aquellos que dicen luchar por el medio ambiente sean los mismos que rechazan este tipo de edificios. Quizás la explicación descansa en que los ven como un monumento al capitalismo, a la riqueza. Es una desgracia que, como en muchas otras ocasiones, muchas personas den prioridad a su ideología, cargada de prejuicios, frente a la ciencia y el progreso.

Artículo en diario SUR

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